martes, 27 de mayo de 2008

La Gorda

Como todas las hermanas de mi mamá, de chica había sido gorda. Después adelgazó, se volvió parecida a Marlene Dietrich y tuvo un auto. Fue una de las primeras mujeres que manejó en Buenos Aires. Nadie guardó ese recorte del diario La Prensa donde se la veía al volante, parece que con sombrero y guantes. Una lástima. Igual, nada de esto la salvó de ser la Gorda. Aunque no la llamaban así en forma burlona ni peyorativa, al contrario. Mi tía Gorda era muy respetada en la familia. Se había casado con un capitán de fragata y vivía en un chalet en Florida. En la misma cuadra estaba la casa de Bernardo, el primer chico del que me enamoré. Era más grande que yo, debía tener unos ocho años y coleccionaba bolitas de vidrio de todos colores. Un día se nos ocurrió salir a venderlas casa por casa. Le explicamos a los vecinos que juntábamos plata para nuestra luna de miel. Uno no quiso las bolitas, dijo que el perro podía tragárselas, pero igual nos dio plata. Nos estábamos haciendo ricos cuando apareció mamá y me arrastró de un brazo hasta lo de mi tía Gorda. Alguno le había avisado lo de la luna de miel.
Enfrente de la casa de mi tía Gorda estaba la clínica Santa Mónica para enfermas mentales. Cuando íbamos, con mi hermana cruzábamos la calle a escondidas y dábamos la vuelta manzana hasta llegar al jardín de las locas. Nos pegábamos a una especie de cerca hecha con rombitos de alambre, hasta que ellas se acercaban a pedirnos cigarrillos o a preguntarnos el nombre de la calle. Entonces, nos asustábamos y volvíamos corriendo a la casa, donde nos retaban. Mientras a mi mamá se le pasaba el enojo, yo me tiraba en uno de los sillones del living, que siempre olía a tabaco, y leía novelas de Lin Yutang o A.J. Cronin, mientras tironeaba plumitas de los almohadones.
Algo pasaba con mi tía Gorda y las mucamas. Nunca duraban mucho. Al principio yo preguntaba por qué no estaba más la que hacía empanadas con papas o la que cantaba mientras planchaba, pero después dejé de hacerlo. En vez de explicarme, mi tía empezaba a insultar al marido, él le contestaba desde alguno de los cuartos y todo terminaba en pelea. Así me enteré de que mi tío hacía cosas con las mucamas. Más de grande supe qué. Un sábado a la tarde agarré un frasco de dulce de leche casero de la heladera de mi tía y justo estaba por abrirlo cuando ella entró en la cocina. Me lo sacó de las manos y me prohibió que volviera a tocarlo. Mamá también quiso probarlo y entonces a mi tía no le quedó más remedio que reconocer que estaba en mal estado; lo venía guardando desde hace semanas esperando que mi tío, en alguna de sus borracheras, se lo comiera.
El tenía un auto negro viejísimo, con panel de madera y una bolita barnizada en la palanca de cambios, al que adoraba. Mi tía Gorda nos dejaba jugar a manejarlo, mientras él dormía la siesta. Parecía que ella odiaba a ese auto. Siempre decía que lo iba a dejar en medio de la calle, para que lo pise el colectivo 71, que pasaba por la puerta de su casa. Y una vez lo hizo. Se quedó espiando por las ventanas que daban al jardín de adelante y vio al colectivero frenar, bajarse y empezar a tocar timbres. Los del manicomio lo mandaron directo a lo de mi tía Gorda, que tuvo que salir en camisón y guardar el auto en el garage.
Mi tía Gorda era muy pastillera. Tenía una bolsita de tul grueso, color salmón, donde guardaba un montón de frascos de remedios. Ella y mamá siempre estaban yendo a homeópatas; no sé qué les dirían, pero siempre volvían con remedios que no las dejaban dormir. A mamá se le daba por limpiar toda la noche y a mi tía Gorda, por insultar al marido. Quedaban muy violentas. También iban a curas sanadores, brujas y a un convento benedictino que quedaba en la provincia. Ahí las acompañaba mi tía Maruja. Igual, el encanto no les duraba mucho.
Cuando estábamos por perder la casa, mi tía Gorda amenazó con presentarse al remate con un sombrero y velo, para que no la reconocieran. Pensaba ofertar de mentira y armar un escándalo. No sé si lo hizo. Era capaz. Porque también juró que iba a enterrar al marido, y cumplió.
De viejita, mi tía Gorda se volvió muy dulce. Le gustaba leer lo que yo escribía, aunque se quejaba por la letra chiquita. Me dijo que nunca deje de hacerlo. Y una tarde me regaló su bolsito pastillero.

25 comentarios:

Anónimo dijo...

prestame a alguna de tus tias rana. las mias son un torre. igual me parece que son lo mas porque vos tambien las escribis asi. sos grosa en serio rana.
besos, lady

EmmaPeel dijo...

genial la gorda, me recuerda a mis tías

Una L dijo...

llegué pasando de blog en blog, y me quedé leyendo un rato. Muy lindo todo por acá. Seguiré pasando.

L

Anónimo dijo...

definitivamente no hay como tener una tía gorda... En general son generosas. El pastillero, guardalo como reliquia. Saludos!

ann dijo...

hermoso relato..lo deje para el final del día porque sabía que no me iba a defraudar.
Tu tía gorda era un personaje hermoso.Yo tuve abuela gorda y era de lo más lindo abraarla mullidita.

Julieta dijo...

'De viejita, mi tía Gorda se volvió muy dulce'
Hermoso texto el suyo! Pienso pasearme por acá. Saludos!

Siesta escandalosa dijo...

Te las presto a todas, Ladyta. Pero tratame bien a los esqueletitos.

Mi tía Gorda era bravona, Emma. Y nos quería con esta misma cualidad.

Gracias, L. Y coincido en cuanto a tu blog.

No sé qué pasó con la bolsita pastillera, compotadeesperas. Durante un tiempo la conservé y después. No sé.

Desde la adolescencia hasta que se murió, mi tía Gorda fue flaca, Ann. El apodo era una locura familiar, como tantas. En realidad, a la que yo más abrazaba era a mi abuelita materna. Casi te aidría que a la única que abrazaba. Ella sí era mullidita. Flaca, pero mullidita.

Hola, Julieta. Será siempre wellcome-.

Paula Cautiva dijo...

Dear Siesta,
Sus textos no defraudan nunca. Y su familia es de coleccionista. Tienen un aire a las familias de Cortázar...
Gracias por compartirlos.

a dijo...

tengo tia que le dicen la Gorda
deberian decirle:la loca
en fin
divina historia
tiene todo:asesinato latente,locura,luna de miel frustrada
cariños
a

Jirafas dijo...

"Mi tía gorda era muy pastillera"
alta frase, siesta. a mi no me ocurrio, pero recuerdo a una tía d emi viejo que nos visitiba cuando yo era un pendejo: gorda, antiojuda, y de seguro pastillera y bebedora.
besos y abrazos

Au drey dijo...

De niña también salí a vender bolitas por el barrio, Siesta. Pero sola. Yo tenía cinco años, había nacido mi primer hermano y quería fugarme de casa. Sola.

fed dijo...

Gracias por sus reclamos señora, la verdad es que me ha encantado el relato de su tia.

Lo que me gusta de sus textos es que son tan vívidos, es como que la imagino escribiéndolos a la misma velocidad en que los recuerdos se le vienen a la mente, como si fuera todo en un instante.

No hay nada mejor para mí que ese tipo de literatura, la que brota espontáneamente.

A usted le será dedicada la melodía de "amalgamando el silencio", besotes.

fico

Siesta escandalosa dijo...

Familia a lo Cortázar? Me hiciste acordar de la que tenía una guillotina en el jardín y de la que se apropiaban de velorios ajenos, Pau. Divinas.

Tías locas cotizan, A.

La borracha de mi flia. era tía postiza, la mejor amiga de mi tía Gorda. Se llamaba Blanca Nieves. Hizo mucho para demostrarnos que no era personaje de Grimm, Jirafas.

Vendiste alguna, por lo menos, Meki? Qué pensabas mientras recorrías puertas? Ahora quiero saber más de tu histotia.

Y, sí, Fico. Los recuerdos familiares salen como tsunami. Durante algún tiempo, las consecuencias ídem. Me conmoví con lo de "Amalgamando el silencio".

Camionero petisito y querendón dijo...

se terminan los comentarios aca
listo
hugo

Anónimo dijo...

Siesta, como apuntaste en mi cuaderno, TODO HUELE.
Y el olor de tu flia se parece peligrosamente al de la mía. Fui al Adolfo Alsina de Florida, mami era pastera, chicas modernas, sesentosas...
A ver. Te explicaron la regla con el libro de Johnson y Johnson? Te dieron la BCG (éste es un dato clave), te perforaron las orejitas al nacer o lo pensaban mutilante y grasulín?
Venga un abrazo, tontita! Somos hermanas!!!!!!!!!!
Ay, me quiebro.

Anónimo dijo...

Soy una de las jirafas y me acerco para decirle que simplemente me encantó su texto.
Me encantó la frase relativa a la escritura: nunca dejes de hacerlo y me regaló su pastillero.
Muy real, por cierto.
Como a ti, debo confesar que me encanta citar a las divas.
En fin, fue una hermosa sorpresa encontrarme con este blog!
Besos mil.

Siesta escandalosa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Siesta escandalosa dijo...

Me dieron la BCG (ya no se usa?) y en una foto de bebé se me ven perlas naturales.
Los asuntos de sexo me lo explicó Verónica Perona (amigueta), el libro "Tú en mi nido·" y algunas circunstancias. Mamá me contó de la sangreta.
Somos, tontis? Dale que sí: me encanta!

Siesta escandalosa dijo...

Hola, Jirafas! Muy lindo que esté por acá y leerla por allá.

Camionero es lo más.

ann dijo...

a mi me pusieron los aritos de recien nacida, yo hice lo mesmo con Viole( me dio cagazo que decue de grande no se animara)
Mi mamá quiso ser pro y me compró un libro que se llamaba "que me está pasando" y mas tarde me alquilo un video que se llamaba "de donde venimos", ella siempre fue pastera, hasta el día de hoy, igual que mi suegra , siempre tienen una pastillita para cada dolencia, es cierto que debe ser generacional.

Anónimo dijo...

Ufis, no, no somos.
Las chicas progre de los 60s no daban la BCG por indicación de sus pediatras topérrimos.
Ujeritos en orejas, no (despues me hice 5), era mutilatorio.
La regla con palabras super técnicas, olvidó el temita de la sangre,una sorpressata cuando me tocó.
Había confititos de todos los colores. Soy mas grande que tuá.
Igual un besote, prima astral. La familia es una hermosura y huele de rico.

Au drey dijo...

Siesta, sí, vendí muchas, y junté algo de plata.
Otra cosa que hice en esa época fue simular ser una lisiada, y pedir limosna. Imaginate, me sentaba en la vereda, toda arregladita y perfumadita, trenzas con moños, una pierna escondida debajo del vestido, la otra estirada. Suplicaba a los que pasaban haciendo puchero. Este emprendimiento, sin embargo, no fue tan exitoso como el de las bolitas.
Con la plata que junté, me fui a lo de mi abuelo almacenero, y claro, compré muchos comestibles a muy buen precio. Sobre todo golosinas, galletitas, papitas y palitos, ese tipo de cosas.
Con mi provisión me fui a una casa recientemente abandonada que había en la misma manzana que la mía, que habíamos descubierto hacía poco tiempo con mi grupete de amigos del barrio. Estaba armada, con muebles y todo, como si se hubieran ido de imprevisto los ocupantes (muchos años después iba a saber lo que había pasado, pero esa es otra historia).
La cosa es que entré a la casa, sabíamos que la puerta del fondo -a la que se llegaba caminando por un pasillo del costado que daba al jardín de atrás- estaba abierta.
Entré. Me senté en el piso. Intenté comer algo. Sentí miedo. Me fui.
Mi experiencia de escapar de casa a vivir sola habré durando cinco minutos.

Au drey dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Hola SIESTA !!!!!, a ver no serian canicas? me mato lo del pastillero de tull, bien de reliqueda o de corazoncito de tul con lavanda para los cajones seguramente atado con una cinta de seda bebe, o algo asi? mejor ese paquete y fino tull que un ziploc destartalado, jajaja
ahora que copado lo de juntar la plata para irse de luna de miel a esa edad, esas son las pequeñas cosas que nos quedan gravadas por siempre, no?entre otras, obvio!
coincido con quien dijo que leer historias de tu familia me hace recordar a cortazar. y te imagino en casas paquetas en donde se servia el te, con los almohadones de plumas, todo cierra en el marco perfecto y lo de la mucama es mismo de lo mismo, jajaja no hay epoca que safe del clasico de la mucama y el patron.
es lindo conocer mas sobre tu vida, es conocerte mas a vos!

Siesta escandalosa dijo...

Me encantó tu secuencia, Ann: de los aritos directo a las madres pastilleras, con un toque progre.

Qué buen relato, Meki! Chapeau conmovido.

Anonimata: te extrañaba. Vos sí que no necesitás conocer más de mí. Pero igual, me encanta que estés acá.