jueves, 28 de febrero de 2008

Saber o reventar

Mentira. El que desconoce los riesgos no es ingenuo, es ignorante. El que se anima, sabiendo que perderá pero igual no importa porque habrá risas y seguro que también algún encanto, ese sí es un ingenuo. Hasta hoy me equivoqué feo 31 veces. No fueron las últimas.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Welcome, baby

El pequeño de cuatro años va a sanatorio para conocer a su primo recién nacido. Cuando entra al cuarto, le entregan un regalo.
-Mirá lo que te trajo el bebé.
Pequeño de cuatro mira la bolsa. Cuando quiere, sabe cómo parecer serio. Dice:
-Compra en el mismo lugar que Papá Noel.
Pequeño de cuatro va hasta la cama, pone las manos arriba del camisón de la tía, justo encima del ombligo y le pregunta:
-¿Qué más tenés?

martes, 26 de febrero de 2008

Show time

En la ecografía se ven los pies. Uno imagina el resto. Al principio, natación. No gran swimming pool; más bien, tipo tanque australiano. Después viene la etapa hamaca paraguaya. Cuando Phetus tiene hambre o ganas de un drink, toca el cordón. Mentira que duerme: el amniótico funciona como un plasma. A veces presta atención a los latidos, onda Bregovic, y cuando quiere algo más glam, rippea jugos gástricos. Phetus se chupa el dedo como aprendizaje para fumatas y oral. No le importa ser tan feliz. Pero un día desaparece la pantalla. Todo queda oscuro y en movimiento. Las paredes comienzan a apretarlo. De pronto hay mucha luz, demasiada. Y ruidos en vez de música. Si pudiera, Phetus gritaría, pero tiene un tapón en la garganta. Lo escupe y llora. No le gusta lo que ve. Demasiadas sombras sobre él. Pero es tarde: ya nació.

sábado, 23 de febrero de 2008

Alzheimer

Tengo que aprenderlo otra vez. Guardar el escepticismo en la caja de los recuerdos. Usar platos nuevos, los verdes. No volver a repetirme: “Yo te lo advertí”. Barrer con música. Dejar de sacarle la lengua al romanticismo. Barrer: sobre todo, barrer. Estrenar la confianza. Comprar de una vez por todas la mesa para el living. No entristecerme más frente a un ramo de flores. Animarme a bailar sola. Como sea, invalidar el sarcasmo. Usar tacos y también collares. Escaparme de todos los recelos. Porque no llamaste.

viernes, 22 de febrero de 2008

Más que un lunar, parece una verruga

Llamo a mi hermana desde consultorio de la dermatóloga. “¿Qué es un car-ci-no-ma?”, pregunto. Y se lo deletreo así, porque es una de esas palabras difíciles. Ella, que es abogada pero entiende mucho de enfermedades, me lo explica. “¿Y hay antecedentes familiares de eso, de diabetes, de enfermedades venéreas o coronarias?”, insisto.
La verdad es que no soy muy buena completando fichas. Casi siempre anoto la dirección donde debería ir un CUIL y desconozco mi código postal. Me aburro, me pierdo. Por suerte, superé la etapa en que agregaba un smile a mi firma; ahora soy una persona más formal, aunque no del todo apta para los formularios.
El balance hermanístico da un saldo más o menos adecuado; después de repasar la historia clínica de abuelos, padres y tíos, dice: “Ponele a todo que no. Igual, ya están muertos”. Obedezco y me siento en paz con toda la familia. El honor es algo serio.

No me creas tanto

Pudor. Eso es lo que siento cada vez que alguien mira el tatuaje que tengo en el muslo: una calavera atravesada por un puñal. Entonces, miento. Cuento que me lo hice en una época alocada y hasta puedo confesar que ahora estoy arrepentida. Otras veces soy más condescendiente y digo: “Es una historia muy larga”. Eludo las explicaciones; para algunos es más fácil creer sólo en lo que ven: una mujer rara. Además, me resulta muy difícil contarme.
La verdad es que la calavera con el puñal fue lo primero que quise ver cuando llegué a Barcelona. Está tallada en el techo de la catedral. Me había hablado de ella un catalán que conocí en Canarias, un adicto a la ternura y a la heroína. Cuando algunos años después volví a Barcelona, le pedí a un chico que vendía postales pintadas a mano que me la dibujara. Quiso cambiarme la obra por un beso. Acepté, pero nunca llegamos a realizar la transacción. Cosas que pasan en una fiesta de la Merced... Entonces, me la tatué. Es que una se cansa de tanto perder besos y asombros.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Cosas mías

Me compré un pescadito de plástico a cuerda. No entiendo mucho de biología pero parece una carpa. Tiene el lomo azul con lunares blancos y dos esferitas de plástico con una bolita negra dentro de cada una, a modo de ojos, que le dan un aire de turulata. Si llegaran a preguntarme, diría que se llama “Rayita”. No lo dije porque todavía no la vio nadie. Además, si preguntaran, tendría que empezar a contar que lo primero que me llamó la atención fue la palangana en una esquina de la calle Florida. Hacía mucho tiempo que no veía una. En casa, mamá la sacaba a relucir en ocasiones muy especiales. Una de ellas formaba parte del rito de curar el mal de ojo. Una o dos veces al año, mi hermana y yo íbamos hasta lo de doña María, quien nos recibía limpiándose las manos con el delantal de cocina. Nos llevaba a una pieza y, mientras rezaba con los ojos cerrados, nos tocaba la cabeza como quien amasa con desgano. Enseguida comenzaba a bostezar y nosotras, a tentarnos de risa. Después, cuando volvíamos a casa, mamá llenaba la palangana con agua y sal gruesa y tiraba el contenido hacia atrás, sobre su hombro. Creo que era el derecho. El tiempo se llevó estas y otras liturgias, pero no la fascinación por todo lo que me las recuerde. Entonces: primero fue la palangana y después, el descubrimiento de Rayita ahí adentro. La puse a nadar en la pileta del lavadero y otro día, en la bañadera. Me reí mucho mirándola. Creo que las dos fuimos felices.