Juego mucho al solitario. Es muy parecido a vivir. Decido más con la intuición que con el razonamiento. Siempre muevo las cartas que tienen menos posibilidades. Cuando no gano, vuelvo a empezar. Hay algo muy tranquilizador en todo eso.
Detesto que me digan “cuidate”. Se me hace que la persona que se despide así es muy aprensiva. Y falta de imaginación. ¿Hay una guerra ahí afuera? Okay, un “te espero, con o sin heridas” no suena tan mal.
Anoche subrayé en la página 318 de un libro: “Da mucho frío ser libre”. Se me hace que es una de esas frases que sólo yo entiendo.
Desconfío de las personas que viven a dieta, para no engordar. Son como monjas y curas. Hay algo medio triste en esas privaciones, que también espanta.
Debería enamorarme más seguido.
En Canarias, un catalán me hizo jurar que nunca en mi vida me pincharía. Lo cumplí, sin demasiado mérito. Unos meses después nos encontramos en Barcelona. Me pidió plata para un chute. Se la dí.
Las cosas que hoy me preocupan tienen precio. Todas, menos dos.
Y más o menos es así: lloro por las películas de Pixar y también por bronca, me da vergüenza que me miren bailar, adoro los cascabeles y lo gitanil, me siento fea cuando estoy mal vestida, prendo la estufa si hay 15º grados, fumo mucho cuando escribo y me voy cuando me aburro.