viernes, 9 de mayo de 2008

La memoria de los gatos (Parte I)

Dijo que me extrañaba y que necesitaba verme. Hacía cinco años que nos habíamos separado; al poco tiempo, volvió a casarse y no supe más de él hasta ese llamado. Le contesté que no me parecía una buena idea eso de encontrarnos. No preguntó por qué ni yo se lo hubiera explicado.
Cuando colgué, volví a la cocina para seguir preparando la ensalada. Sobre la mesada estaban los tomates, las zanahorias y unas plantas de lechuga a medio cortar. Todo tenía un aspecto desolado; los colores resplandecían sin mucho sentido, como las guirnaldas de una fiesta que nunca llegó a celebrarse. Aunque ya había lavado las verduras, volví a guardarlas en la heladera. Al otro día tuve que tirarlas. Mala suerte. Comí una manzana mientras miraba en la televisión una película sobre un saxofonista heroinómano. Me hizo acordar a un cuento que había leído alguna vez y a muchas otras cosas más.
Volvió a llamar a la noche siguiente. La conversación fue más o menos la misma. Agregó que estaba arrepentido. Esa vez fui yo la que no quise averiguar. Me pidió que no sea mala. “Aunque sea un café, Vainilla”, insistió. El me llamaba así; sobre todo, cuando quería algo. Se volvía como un nene, insistía mucho y terminaba las frases con el famoso Vainilla. No me acuerdo cómo nació el apodo; a lo mejor, de alguna broma. Y ahí quedó. Cuando nos separamos, dijo: “Yo siempre voy a quererte, Vainilla. No te olvides”. Aquel día, los dos llorábamos. Sabíamos que no era uno de nuestros tantos distanciamientos, esa vez era de verdad. Estábamos cansados de querernos así. A veces pasa. Todavía no sé por qué, pero pasa.
-Aunque sea un café, Vainilla.
-Ya te lo dije: no.
-¿Qué pasa que se escucha tanto ruido?
-Hay un acto en un colegio de acá a la vuelta.
-Pero si es de noche.
-Será una kermese.
-¿Y todo ese ruido llega hasta tu casa?
-Parece que sí.
-¿Te acordás lo del conventillo?
-No.
-Cuando hubo un baile en el conventillo de la calle Serrano y fuimos a pedirle que bajen la música; les dijiste que teníamos un hijo muy enfermo, que necesitaba dormir. ¿En serio no te acordás?
-De veras.
-Qué raro. Al final, terminamos bailando con ellos, todos borrachos. Nunca supiste mentir, Vainilla.
-Y eso que tuve buenos maestros.
-No seas cínica. Vos no eras así.
-Cada uno se convierte en lo que puede.
-¿Ves? Por eso quiero que hablemos. Podemos juntarnos en el barcito de la plaza.
-En serio, no tengo ganas.
Hacía mucho tiempo que no me dolía la panza como en ese momento. Justo ahí, arriba del ombligo. Me estiré y respiré hondo; empecé a masajearme y traté de imaginar el silencio. Pero él insistía.
-¿Te casaste?
-Vivo con alguien.
-¿Y está ahí?
-Tiene un restaurante y llega más tarde.
-No debe ser lindo comer sola todas las noches.
-A veces lo espero, si no estoy muy cansada.
-¿Qué pasó, Vainilla? A vos te gustaba cocinar, hacer pic-nic en la cama y mirar tele abrazada. ¿Te olvidaste de todo eso?
-Los domingos son así. El resto de la semana estoy con alguien que llega tarde. Llega tarde pero me quiere y no nos lastimamos.
-Yo también te quiero. Te llamo mañana y vamos a cenar.
-No.
-Ya lo sabemos, Vainilla. Siempre lo dijimos. Por más que intentemos otras relaciones, vos y yo vamos a terminar juntos. Es así.

5 comentarios:

ann dijo...

lindo relato, muy gráfico.Lindo, hermoso sobrenombre vainilla.

Anónimo dijo...

de nuevo yo para decirte que es tremendo.
no dejes de escribir asi rana porfa.
besos, lady

Siesta escandalosa dijo...

Gracias, bonitas

EmmaPeel dijo...

siesta, la última qué frase que en algún momento me pareció la mar de romántica y ahora la mar de psicopatera sobre todo dicha en las despedidas

serán los años nomás

besos

Lyon dijo...

Estoy muy de acuerdo con Emma sobre la última frase. Y me gustó eso de "cansados de querernos así".