La denuncia quedó simpática. Eso fue lo que ella pensó cuando salió de la comisaría en Marseille. Había llegado ahí una hora antes, tratando de explicarse con retazos de inglés, lágrimas y gestos. El jefe de turno consideró que el único que podía llegar a entenderla era un oficial que solía ir de vacaciones a Benidorm. Ella respondió con un “je ne parle pas français” cada vez no entendía una pregunta, que fueron casi todas. El oficial interpretó que era argelina y artista plástica, aunque en realidad había nacido en el sanatorio Anchorena y no sabía dibujar ni un sol. Pero a ella le gustaron esos detalles exóticos y se fue muy contenta.
Esa mañana le habían robado el pasaporte y todo su dinero mientras dormía en el tren. Primero fue al consulado, pero estaba cerrado por vacaciones o algo así. El que la atendió a través de una mirilla no hablaba español, ametrallaba frases y en la última descarga escupió: “Vendredi”. Recién era lunes. Entonces, fue a la policía.
Dobló la denuncia en seis, la envolvió en una bandana y se la enroscó al cuello. Sintió que ese papel mecanografiado, que tenía un escudo y una textura tan parecida al de calcar, sería su protección. Como un escapulario. Pero no. Y así comenzaron sus días como identityless.
domingo, 2 de marzo de 2008
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