domingo, 2 de marzo de 2008

Esa que fui

La denuncia quedó simpática. Eso fue lo que ella pensó cuando salió de la comisaría en Marseille. Había llegado ahí una hora antes, tratando de explicarse con retazos de inglés, lágrimas y gestos. El jefe de turno consideró que el único que podía llegar a entenderla era un oficial que solía ir de vacaciones a Benidorm. Ella respondió con un “je ne parle pas français” cada vez no entendía una pregunta, que fueron casi todas. El oficial interpretó que era argelina y artista plástica, aunque en realidad había nacido en el sanatorio Anchorena y no sabía dibujar ni un sol. Pero a ella le gustaron esos detalles exóticos y se fue muy contenta.
Esa mañana le habían robado el pasaporte y todo su dinero mientras dormía en el tren. Primero fue al consulado, pero estaba cerrado por vacaciones o algo así. El que la atendió a través de una mirilla no hablaba español, ametrallaba frases y en la última descarga escupió: “Vendredi”. Recién era lunes. Entonces, fue a la policía.
Dobló la denuncia en seis, la envolvió en una bandana y se la enroscó al cuello. Sintió que ese papel mecanografiado, que tenía un escudo y una textura tan parecida al de calcar, sería su protección. Como un escapulario. Pero no. Y así comenzaron sus días como identityless.

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