lunes, 16 de marzo de 2009

Ni perro, ni ladrido, ni hueso

Fue un día cualquiera. Algunos dicen que un miércoles y otros insisten en lo del sábado al amanecer. Pero todos coinciden en el lugar: la placita de la estación. Ahí se encontraron los cuerpos. Como las cuentas de un collar roto. Algunos debajo de los tilos, otros en los asientos de los subeybaja, y hasta en los canteros. Tenían una postura natural, casi plácida. Algunos, incluso, parecían estar jugando al muerto. Pero estaban decapitados.  Eran muchos; tantos, que eran todos. No quedó ni uno solo vivo en el pueblo.

 Fue el panadero, don Roberto,  el primero que los vio. El local, que era la parte de adelante de su casa, estaba en diagonal a la plaza. A las cinco y cuarto de la mañana salió a fumar a la vereda, como lo hacía siempre, porque que su mujer era alérgica al tabaco. O eso decía. Don Roberto, entonces, decidió que la vereda no formaba parte de la casa. Por las noches, después de comer, colocaba la mesita de luz y una silla frente a la puerta y se instalaba ahí con su atado de Imparciales. En verano, algunos vecinos arrimaban sus sillas y no faltaba un partido de truco. Cuando pasó lo de los animales era invierno. Terminó de fumar, aplastó la colilla en el cordón y  estaba por entrar de vuelta a la casa cuando se dio cuenta. Había muchos bultos en la plaza. Se acercó y tardó en entender lo que veía. Lo primero que sintió fue asco, después vino el miedo.

Como recién a las ocho pasaba el primer tren de la mañana, le costó bastante despertar a Joaquín, el guardabarrera. Sobre todo, sin la ayuda de Pelufo, que siempre iba hasta el catre y le mordisqueaba el brazo cuando alguien se acercaba al alambrado que separaba la casa del final del andén. Además de borracho, Joaquín era un poco sordo. Don Roberto no supo cómo explicarle, así que le gritó que había pasado algo raro en la plaza y a fuerza de “vení, vení”, consiguió arrastrarlo. No contaba con que, a pesar de la oscuridad, Joaquín pudo reconocer el cuerpo sarnoso de Pelufo. “Hijo de puta”, dijo. Las pantuflas grises se le mancharon de sangre. “Hijo de puta”, repitió. Parecía que iba a agacharse pero enseguida se enderezó y empezó a recorrer la plaza. Dos Roberto lo siguió. Después de mirar al último decidieron ir a buscar al comisario Torres. En el camino, Joaquín se detuvo para vomitar.

   No hubo corridas en el jardincito de adelante cuando los dos hombres se acercaron a la verja. La mujer espió desde la ventana del living pero fue Torres el que abrió la puerta. Los hizo pasar. Adentro estaba calentito. Hablaron de pie. La mujer escuchó todo y se largó a llorar. Torres no le hizo caso. Fue hasta el cuarto y se colocó una campera sobre el pijama, que en realidad era un jogging viejo. Antes de irse le ordenó a la mujer que dejara de llorar, porque iba a despertar a los chicos. Ya había amanecido cuando llegaron a la placita. El rojo avanzaba sobre el verde y todo aquello parecía los restos de un feroz partido de ajedrez. “Hijo de puta”, dijo el comisario. Los otros dos asintieron.

   -Lo hizo él.

   -Sí.

   -Hace un mes que se fue.

   -Pero dijo que iba a vengarse.

   -¿Qué culpa tienen los animales?

   -El de él sí que era jodido. No íbamos a dejar que siguiera mordiéndonos.

   -Tenía la rabia.

   -O algo peor.

   -No están las cabezas.

   -Andá a saber…

   -¿Qué hacemos, Torres? Va a venir el tren.

   -Herodes.

   -¿Qué?

   -Herodes se llamaba el bicho del hijo de puta. Roberto, traé canastos y bolsas de basura grandes. Vos, Joaquín, una manguera. Yo voy a avisarle al cura. Hay que apurarse.

   Se pusieron de acuerdo. Y cada vez que alguien sacaba el tema del misterio de los animales, siempre había uno dispuesto a explicar lo de las emanaciones del río contaminado. “El sulfuro los espantó”, sentenciaba. Muchos se lo creyeron.

 

13 comentarios:

Jirafas dijo...

clap, clap, clap, aplausos, aplausos, desde mi humilde cuartito en un depto de dos ambientes del barrio de once, no sé de dónde, pero sólo se escuchan aplausos... (serán los primeros síntomas de la esquizofrenia?)
me encantó the tale, siest. un afinal abrupto, como todos los acuerdos...

besos

EmmaPeel dijo...

UY me encantó arrancar con este de cherrorr la matina


(a mi abuelo le decían patada prohibida por cierto incidente con un can jijiji)

besos Siest, me gusta que le meta pata con los cuenticos

Julieta dijo...

disfruto mucho al leer tus relatos, son como caseros (no se si se me entiende) Hay en todos ellos algo especial y remoto. Siga!!

Besos Siesta! :)

Abrujandra dijo...

requeteguau...es ud.un diamante señorita

Siesta escandalosa dijo...

Gracias, Jirafas! Lo del cuartito y la duda sonó muy dostoievskiano y eso inspira un oh anagramado. Oh.

Cómo me gustan los incidentes de su abuelo, Emma. En realidad, el cuentico éste es uno de esos ejercicios de taller: "contar la historia de un perro, sin mencionar las palabras: perro, ladrido, hueso".

Gracias, Julieta! Es un honor viniendo de vos.

Entre nos, Abrujandra: la brutez es mi gran abrigo.

Any dijo...

Me gustan los cuentos que te generan un cierto escozor como este. Parece una de esas historias que se transmiten de boca a boca en los pueblos y se transforman en leyenda con el tiempo.
un beso

{ maría } dijo...

guaaaaau Siesta es buenisimo.

el sulfuro del espanto me parece brutal. beio beio beio.

besos de elefanta (ayer me comí la vida y asi quedé)

Mari Pops dijo...

escriba siesta que se le da muy bien!!

Siesta escandalosa dijo...

Qué buen destino para una historia, para una historia, Any.

Gracias, María. Elefanta pero no ciega, eh.

Voy a intentarlo, marypops. Beso.

fed dijo...

Creo que todos los seres vivos, incluyendo las rocas, son alérgicos a los imparciales.

No me gustan las historias de perros muertos, hubiese reemplazado al can por un vecino de equis ideología, por ejemplo, varios cuerpos de empresarios decapitados, o varios cuerpos de obreros decapitados, o cuerpos de campesinos sin su cabeza, y le felicitaba por la historia, pero matar perros no.

Siesta escandalosa dijo...

Lo entiendo, federicuá. Me pasa lo mismo con las vaquitas de San Antonio.

Protervo dijo...

muy bueno. temí que no fueran animales.

El amigo de Pau dijo...

Cómo me dejás así, con la idea picando.
Ah, lo de Herodes no me lo imagino casual, ¿está ahí la explicación de la historia?