Mi vecino es uno de esos hombres que se calzan el pantalón más cerca de las axilas que de la cintura. Yo le veo cara de hormiga, pero a lo mejor son ideas mías. No lo visita nadie. Trabaja como seguridad y tiene unos horarios rarísimos. Un sábado al mediodía le toqué el timbre, porque no podía abrir el azucarero. Escuché ruidos adentro del departamento y hasta vi su ojo detrás de la mirilla. A pesar de que le expliqué la situación, nunca abrió la puerta ni se disculpó por no hacerlo. Zully se rió cuando se lo conté pero coincidió en que era un hombre muy raro. Además de ser la encargada de casa, Zully es podóloga y cada dos domingos subo a su casa a que me haga los pies. Fue una de esas veces cuando le conté lo del Cara de Hormiga. Es muy incómodo quedarte en silencio mientras te toquetean los quesos; algo hay que decir, y entonces yo hablo de lo que las dos conocemos.
Después de lo del azucarero no dejé de saludarlo cuando nos cruzábamos en el pasillo o frente al ascensor, pero nunca más volví a pensar en qué vida de porquería que tenía. En realidad, lo hice, sí, pero sin demasiada consideración. Es que a veces se me daba por suponer qué lejos estoy yo de convertirme en una cara de hormiga. Pero ahora ya no. O no tanto. Porque todas las mañanas yo saludo con un beso a Zully, con los del quiosco de Uriarte nos prestamos monedas y Mary, que maneja el carrito de la merienda en el trabajo, a las tardes se sienta un rato en mi oficina a charlar y a mirar por la ventana. Ya sé que estas cosas no son jolgorios ni hazañas, pero yo las necesito. Y aunque no entienda qué relación tienen con mi futuro, capaz que sí la tienen.
En diciembre pasado cortaron la luz en casi todo el barrio. En mi edificio, además, nos quedamos sin agua. Esto duró varios días y creó una especie de solidaridad: todos nos quejábamos con todos. El Cara de Hormiga lo hizo conmigo, cuando nos encontramos en el supermercado. Me contó que hacía meses que vivía casi sin agua; cuando le arreglaban la instalación de la cocina, se cortaba la del baño. También me dijo que eso lo tenía muy mal. Estuve a punto de mencionarle lo del azucarero y también, de sentirme alegre. No pude. Soy media indolente para algunos rencores.
Hace unos días, cuando volví del trabajo, me encontré a Zully en el palier, bastante alterada; la rodeaban algunos vecinos y entre ellos estaba el Cara de Hormiga. Me contaron que habían forzado algunas puertas, para robar. Alguien mencionó el departamento 24 y Zully se ocupó de aclararme: “es el de éste, el del frasco”, y lo señaló. El Cara de Hormiga levantó la cabeza y me sonrió. Parecía feliz.